Johan cumple el turno que comienza a las 7 de la noche y termina a las 7 de la mañana. Durante esas 12 horas, repone mercadería, limpia y charla con los vecinos que pasean a sus perros. La computadora del kiosko está habilitada sólo para usar el programa de ventas. Mira series en su celular en un lapso de 2 horas en la madrugada en el cual no va nadie y en el que ahora, en plena pandemia, la calle se queda todavía más sola.

Tiene 22 años y estudiaba Administración en Venezuela.

13 de mayo de 2020.
Una cama, una litera, dos placards y un televisor. Era todo lo que había en la habitación donde llegó Alfredo hace 10 meses. La compartía con un señor de Maracaibo y un estudiante colombiano.
Consiguió empleo en un restaurante, de 4:00 pm a 11:30 pm. Llegaba a la residencia a las 2 de la mañana; una rutina que fue convirtiendo esa habitación en un lugar al cual iba sólo a dormir. Casi no veía a los otros dos compañeros. 
Un día lo movieron al turno de la mañana y, con ello, se alteró la dinámica de su cotidianidad y de la habitación. Cierta tarde -me cuenta- llegó temprano y vio al maracucho saliendo muy tranquilo de la ducha. Sin saludar, Alfredo buscó sus cholas ("ojotas" acá) y no las consiguió. 
- “¿Qué buscáis, hijo? ¿Ésto? Es que me las puse para lavar el baño”.
- “No te pongas más lo mío”.
Desde entonces puso más atención a los detalles: una vez -recuerda- dejó su cartera en su mesa de noche en una posición que memorizó bien y, al rato, vio todo movido. “Tú agarraste algo de mi gaveta -le dijo al colombiano-. Cuidado y se me pierde algo”.
Tres desconocidos sin hablarse en la misma habitación.
El maracucho y el colombiano, avanzada la cuarentena, se quedaron sin trabajo y sin clases. Alfredo, que seguía trabajando, notó que le quitaban crema dental... crema dental. Y con la tensión instalada, la encargada de la residencia, en un grupo de Whatsapp, notificó que todos debían irse en una semana. En plena pandemia. El maracucho desapareció. El otro, nervioso, subía y bajaba de la litera. 
Gracias a unos contactos, Alfredo consiguió otra residencia. “Es mucho más tranquila. Estoy solo, pago un poco más, pero vale la pena por la tranquilidad”. Y esa tranquilidad en la vida cotidiana, que fue lo que perdió en Venezuela, es lo que, en lo inmediato -dice-, ya ganó en Argentina.

1 de septiembre de 2020.
En la entrada de su nueva residencia, Alfredo muestra los tatuajes que simbolizan sus hijos.
Jenifer se fue de Venezuela hace dos años dejando su carrera universitaria apenas comenzada y sus entrenamientos de rugby. Unos amigos la ayudaron a salir y la recibieron en Santiago de Chile. Empezó a buscar empleo en el momento en que las leyes migratorias fueron reformadas para tratar de frenar el flujo de venezolanos que llegaban a ese país. Con visa de turista, Jenifer necesitaba un contrato de trabajo para poder residenciarse. Un contrato de trabajo por tiempo indefinido. La llamaron de una pizzería y le prometieron ayudarla con eso más adelante. Aceptó el empleo, aprendió a preparar pizzas, hizo horas extras casi siempre y aparte, para completar el sueldo, trabajó medio tiempo como delivery en otro lugar. Ella esperaba el contrato. “El cuerpo llegó a un punto en donde yo simplemente quería dormir y no despertar".
Pasaron varios meses así.
Desde el sur de Argentina le hacen una invitación a formar parte de un equipo de rugby que empezaba a armarse y, sin pensarlo demasiado, renunció a la pizzería y se fue de Chile. Ya en Bahía Blanca, la oferta no se concretó. Regresar a Santiago, que ya ardía en protestas, no era una opción. Consiguió empleo en un mercado mayorista y con el tiempo, cuando ya rondaba aquella sensación y con ganas de estudiar otra vez, Jenifer inició a distancia su inscripción en una Universidad de Buenos Aires. Cuando visitó la ciudad para formalizar el trámite, decidió mudarse. Ya en la ciudad inmensa, gracias a unas amigas, la llamaron de un restaurante y esperaba comenzar las clases.
A los tres meses arrancó la cuarentena. Gran parte de los empleados de ese nuevo trabajo quedaron en un limbo. “No me dijeron chao, pero tampoco que fuera a trabajar”.
Ahora, de nuevo como delivery, Jeny espera y recorre una Buenos Aires hibernando. “Es como hacer deporte y te pagan". Así, como si estuviera en un entrenamiento, Jeny está encarando esta nueva incertidumbre.

27 de julio de 2020.
Buenos Aires
Published:

Buenos Aires

Fotografías tomadas durante los primeros días en Buenos Aires

Published:

Creative Fields