Anochece en Villa Crespo y por las calles corre viento de invierno. Las personas abren y cierran la puerta de entrada con una diferencia de minutos; ingresan y caminan sobre baldosas desgastadas, que con solo verlas dan el poder de asumir que están allí hace muchos años. Perdido entre todos, se puede observar aquel nuevo cerámico, diferente al resto por su modelo y color. Las mesas se llenan poco a poco, del mismo modo las de pool y ping-pong. Juventud y longevidad, dos extremos que en algún punto llegan a ser antagónicos, se mezclan en un solo público de clientes. Ambos estilos de generaciones se aprecian en el aire del notable lugar.

Un grupo de chicas se paran frente a dos puertas. Hacen silencio y confundidas se preguntan con gestos a cuál debían entrar. Ambas estaban llenas de calcomanías, unas encima de otras pegadas de extremo a extremo, un exceso de información que impedía encontrar rápidamente la señal buscada. No fue hasta que una de las dos puertas se abrió y desde adentro salió un hombre mayor, comprendieron que tenían que entrar por la derecha.

El baño debe ser uno de los espacios más frecuentados que conforman un inmueble. Pueden estar en lugares públicos como en privados. Desde tiempos inmemorables , mucho antes de que Buenos Aires exista como ciudad, las antiguas civilizaciones romanas y griegas tenían en sus baños públicos primitivos inodoros sin divisiones, como hoy se conocen. La gente hacía sociedad discutiendo varios temas, uno de ellos era la política. En la actualidad, el “Baño de mujeres” no dista mucho de aquel uso, sigue siendo un punto de encuentro para socializar y charlar. Tal es así que por fuera de sus respectivos “toilettes”, en shoppings, bares, clubes nocturnos, siempre se ve mujeres en una fila esperando para entrar, porque la mayoría de las veces suelen ir acompañadas y pueden quedarse a charlar, o retocarse y sacarse fotos frente a los espejos.

El baño del San Bernardo tampoco se distingue de los otros en ese sentido pero sí en un curioso dato que remite a la historia. En 1912 se inauguró el bar y como debía ser por la época, solo concurrían hombres, por lo que carecía del espacio privado para las damas. Para entender el contexto hay que recordar que los derechos de las mujeres, en aquellos años no existían, y tampoco se veían como algo importante a discutir. Algunos acontecimientos quisieron generar un nuevo cambio en cuanto al derecho de la mujer, como en 1910, cuando en nuestro país se realizó el Primer Congreso Feminista Internacional y al mismo tiempo, pero con tendencias más conservadoras, se llevó a cabo el Primer Congreso Patriótico de Señoras. También en esa época, una médica italiana, Julieta Lanteri, consiguió un fallo sin antecedentes: obtuvo la carta de ciudadanía.

Aun así, en 1912 la mujer seguía siendo inferior. En aquel año se dictó la Ley Sáenz Peña, que estableció el voto universal, secreto y obligatorio. Pero la ley demostraba que quienes dominaban el poder estaban dispuestos a hacer una reforma que excluyera a las mujeres al relacionar el derecho al sufragio con el deber del servicio militar. No podían reclamar un derecho por un deber que no cumplían, no accedían a la ciudadanía política por no ser soldados y no eran soldados porque no eran varones.

A pesar de las restricciones a las que el sector femenino durante muchos años se vio obligado a vivir, los años fueron pasando y junto a ellos se vieron incontables cambios sociales y culturales, tal es así que las mujeres comenzaron a visitar aquellos lugares exclusivos de los hombres, como el San Bernardo. Cuentan que en un principio, por el miedo a ser mal vistas, no ingresaban al bar solas. Desde la vereda llamaban a sus hombres, que estaban adentro esperándolas para que salgan a buscarlas. Hace algunos veinte o quince años el público de la mujer creció y la necesidad de un baño era prioridad. El primero fue uno improvisado, a metros de la entrada, mientras que el de hombres se mantenía en el fondo. No fue hasta 2011, que habilitaron un baño de mujeres junto al de hombres.

En la actualidad, el público femenino que concurre supera al masculino. Alrededor de una mesa de pool se ve a un grupo de chicas tomando un vino y jugando. Se repite la misma imagen en otras mesas de mujeres o mixtas. La fila del baño nunca supera las tres o cuatro jóvenes que hablan siempre entre ellas. Van de a grupos, riendo o hablando quizás sobre el último match de Tinder.

El baño de mujeres sí tenía un nombre, por encima del marco de la puerta, una improvisada señal escrita con tiza decía “BAÑO DAMAS”.


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