Prologus

En esta vida hay miles de fenómenos
sociales. Los más comunes pasan "desapercibidos"
frente a nuestros despreocupados ojos, y luego están
los otros, esos que son tan extraños, tan mórbidos 
que se vuelven casi imposibles de ignorar.

Cuando nos encontramos frente a frente
a una situación fuera de lo que consideramos
normal, nos horrorizamos, y de inmediato
comenzamos a sacar conclusiones precipitadas,
sin pararnos a analizar tan si quiera la misma,
juzgamos a la primera, sin tener el
conocimiento de porqué las cosas son como
son o qué las hizo ser de esa manera.

Sin embargo, la vida siempre está allí
para darnos una lección, algunas son simples, 
otras son terroríficamente inolvidables.

Por más dura que sea la misma,
nos esforzamos para aprobarla con buena nota y redimirnos.

O eso era lo creía yo.




Nulla


Lunes 7 de diciembre del 2019.

—Hyeji, encárgate de limpiar las mesas desocupadas, ya es hora de cerrar —anunció la señora Myung.

Miré mi muñeca izquierda en donde se encontraba el reloj color verdoso que mi madre me había regalado, las finas agujas marcaban las diez y media de la noche. Tomé un pequeño trapo color azul que estaba situado sobre la encimera de mármol beige, a un lado del fregador. Abrí el grifo e introduje bajo el agua la pequeña tela que tenía entre mis manos, cuando ésta estaba totalmente empapada, cerré el grifo y exprimí el pequeño trapo para que no goteara en el camino hacia las mesas e hiciera un desastre en las baldosas violetas del suelo de la cafetería.

Me acerqué hacia donde se encontraban las mesas de aluminio brilloso y limpié cada una de ellas 
despegando cada suciedad que se había acumulado en las últimas horas, a excepción de las que seguían ocupadas. Esperé pacientemente a un lado del mostrador hasta que el último comensal abandonara la cafetería, cuando escuché el tintineo de la campanilla dorada que se encontraba encima de la puerta de salida, me apresuré a limpiar la última mesa faltante.

Agotada me hice paso por el pasillo hasta la habitación de empleados, aquel cuarto era pequeño, dentro de aquellas cuatro paredes solo había cinco casilleros en la pared del fondo, una nevera ejecutiva, un filtro de agua y un banquillo largo a un lado de la puerta.

Toqué la puerta antes de entrar a dicha habitación y una voz dentro de ella que reconocí casi 
inmediatamente, me detuvo de girar la perilla.

—¡En un momento salgo, me estoy terminando de alistar! —dijo el chico detrás de la puerta.

—Venga apresúrate, quiero salir antes de que sean las once —exclamé con preocupación.

—Si quieres te acompaño a casa —insinuó el castaño, y luego de abrir aquella puerta, pasó por mi lado y me guiñó el ojo.

—Ya quisieras Jeon, ya quisieras —enfaticé sonriendo mientras me adentraba a la habitación y 
cerraba la puerta.

Ya adentro, me deshice del delantal, deslicé la falda negra de tubo por mis blancas y delgadas piernas, ésta cayó al suelo y junto a ella unos segundos después se encontraba mi camisa blanca. Abrí el casillero que tenía marcado en la parte superior con rotulador azul "Hyeji" en una pequeña pizarra blanca rectangular que éste traía incorporado, extraje mi mochila dentro de el, saqué mi pantalón negro y mi sudadera del mismo color. Me deshice de las zapatillas de trabajo, me coloqué el pantalón, seguido de la sudadera y me calcé los tenis que había dejado reposando a un lado de los casilleros aquella mañana. 

Tomé la ropa que yacía en el suelo y la introduje con poca delicadeza en mi mochila y encima de ella las zapatillas. Ya lista, me colgué la mochila a los hombros y salí del cuarto de empleados. Ya Jeongguk aparentemente se había marchado, solo quedábamos la señora Myung y yo.

Salí por la puerta de la cafetería luego de despedirme de la señora Myung, la anciana me dedicó una sonrisa tierna y exclamó un "cuídate" que lejanamente logré oír ya que en ese momento ya había cerrado la puerta.

Metí mis manos en los bolsillos de mi sudadera negra y me eché a andar dando grandes zancadas por las solitarias calles de la ciudad de Seúl. El silencio ensordecedor arropaba cada calle y la oscuridad de la noche se hacía paso por cada rincón de la misma.

Me detuve en un semáforo, no había ningún coche pasando por aquella intersección en ese momento así que no sé exactamente que estaba pensando al detenerme, quizás lo hice por inercia, por costumbre tal vez, pero me sentí realmente estúpida, ya que lo primero que me repetí antes de cruzar el portal fuera de la cafetería fue: "Hyejin no te detengas absolutamente por nada".

Un escalofrío recorrió mi espina dorsal al recordar el caso de las chicas desaparecidas que habían 
anunciado aquella mañana en el noticiero. Miré hacia un lado asegurándome que no venía ningún coche y corrí hacía la calle de enfrente.

4 chicas desaparecidas.


Había un callejón de camino a casa que siempre permanecía más iluminado que el resto. Eran luces led de color blancas de principio a fin, en aquel extraño sitio se encontraba un establecimiento. Por lo que tenía entendido era un sitio de apuestas, al menos eso era lo que había escuchado alguna vez. Cuando solía pasar por dicho lugar apresuraba el paso, por ley, sin hacer ningún tipo de contacto visual, mi cabeza agachas y mis pies a un ritmo apresurado se movían, mientras mis oídos no podían dejar pasar por desapercibido los gritos eufóricos de los comensales y alguna que otra obscenidad, que superponían sobre la sutil y suave melodía de Only 18 de Seyi.

Sin embargo, aquel sitio me causaba una intriga enorme, las personas que entraban en aquel lugar 
tenían pinta de ser personas con mucho poder o sin ir muy lejos, personas bastante peligrosas.

Iba con la cabeza agachas apresurando cada vez más el paso, ya apunto del salir de aquél tortuoso lugar, cuando de repente escuché un ruido, distinguí de inmediato que eran pasos que se acercaban con desespero hacia donde yo me encontraba. Me quedé paralizada, la sangre se me heló, el terror se hizo paso por mi cuerpo estático y sentí que me desplomaría en cualquier momento. La voz de la chica de las noticias se coló en mi mente aturdiéndome y borrando hasta la más mínima partícula de valentía de mi cuerpo.

"Las autoridades temen encontrar sin vida a las desaparecidas, el presunto culpable se encargó de dejar las prendas que llevaban puesta cada una de las chicas al momento de desaparecer fueron encontradas esta mañana frente a la puerta de cada una de sus respectivas viviendas... Las prendas estaban bañadas en su totalidad de sangre."

Aún presa del pánico, logré que mi cuerpo se girara lo suficiente para visualizar la persona que se estaba acercando hacia mí.

Su cabello era blanco hasta la última ebra, su piel era jodidamente pálida, casi transparente. Llevaba un sobre todo negro, aunque no lo suficientemente largo como para que no se pudieran lograr apreciar aquellas botas de cargo color azabache. Llevaba su cara semi tapada con una pasmina color plomo, que hacían juego con los guantes del mismo color. Lo miré directamente a los ojos, su mirada era fría, la temperatura de pronto cayó en picada repentinamente. Mis piernas flaquearon cuando sus ojos se curvaron levemente dando a entender que debajo de aquella fina tela que tenía sobre su boca había una jodida y espeluznante sonrisa.

Sentí el rose de su hombro chocando contra el mío. Mi respiración se paralizó y por un segundo pareció que mi corazón había dejado de latir. Tenía la sensación de que habían pasado horas después de que me había quedado ahí paralizada observando mientras que la silueta de aquél desconocido desaparecía rápidamente entre las sombras de aquella inmensa oscuridad.

Corrí, como nunca lo había hecho, mis piernas hormigueaban y mi respiración estaba agitada de una forma exagerada, crucé las calles que me faltaban para llegar a casa sin tener cuidado del tráfico, solo quería estar en casa, sana, salva y sobre todo segura. Y así sería.

Martes 8 de diciembre 2019.

El sonido incesante de alarma del despertador resonaba por toda la habitación, me reincorporé en la cama echándole una mirada asesina al pequeño aparato que emitía aquel tortuoso sonido. 

—¡Ya basta, ya entendí! —imploré alcanzándolo para apagarlo.

Coloqué los pies sobre el parket frío del suelo y miré hacia la peinadora que se encontraba a un lado de mi vieja cama deteriorada, encontrándome con mi reflejo desaliñado a través del espejo.

No había podido dormir bien aquella noche, los jodidos pensamientos que habían estado divagando por mi mente, contribuyendo al insomnio, eran al parecer más importantes para mi cuerpo que descansar. Me había tocado levantarme muy temprano para trabajar, ya que había agarrado doble turno.

El agua de la ducha estaba helada, mi cuerpo se retorcía a medida que las gotas iban resbalando y 
cubriendo cada parte de mi pálido y delgado cuerpo. Salí de cuarto de baño con una toalla al rededor, volví a mi habitación, me senté en el borde de la cama y me quedé como idiota mirando los dedos de mis pies, la pintura color blanco de las uñas se estaba comenzando a descorchar y el hecho de hacerme una pedicura rápida realmente no estaba en mis planes de esa mañana.

De mis pies, mi mente dio un salto violento hacía los acontecimientos de la noche anterior. Me quedé pasmada recordando aquella mirada, aquella sonrisa de ojos, aquél hombre.

—¡Hyeji el desayuno está listo! —El grito de mi madre desde la planta baja me sacó de mi caos mental.

Vamos Hyeji, deja de pensar en esas tonterías.

—¡Me visto y enseguida bajo!


Las casualidades no existen,

o eso es lo que suelen decir.
El desconocido
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El desconocido

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