Las agujas del reloj están quietas y son eternamente pasadas las tres. Por la tarde, con el sol amarillo y refulgente, poco a poco las sombras empiezan a alargarse y una luz tenue y cálida apenas besa el contorno de algunas sillas, una mesa, el piano.
Cuando acecha la oscuridad, empero, es la hora de las brujas: se escucha un murmullo, apagado y distante, unos pasos que no son pasos. ¿Se abrió una ventana? ¿Fue una risa o el chirriar de la madera? Podría jurar que sentí un roce, una mano jugando con mi pelo.
Quizás debería tener miedo, pero también es mi hora.
The Witching Hour
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